Gracias a todos por vuestra mirada.

domingo, 31 de enero de 2010

El poder de las brujas



Hoy han venido a visitarme las hadas y las brujas al tiempo. Y antes de preguntarme siquiera… Tener al menos la decencia, se han puesto a discutir sin reparo alguno en mi presencia. Yo asistía a su debate como si fuera una espectadora de piedra, y me preguntaba en ese resquicio de vida que mantienen la tierra y las rocas, cuál de los dos bandos vencería, y quién se apuntaría en su haber, el tanto de la victoria. Personalmente prefería el mundo de las hadas, pero a fin de cuentas, decidí que si me ganaban las brujas (como si de un trofeo se tratara), aprovecharía igual el poder de su magia. Y ya no sé con certeza si sería para mi gracia o mi desgracia.

sábado, 23 de enero de 2010

Cara a cara

Al mirar mi cara en el espejo, es como si mirara a través de una sala entera de ellos. Como si el reflejo contuviera diversos rostros. Cada uno me devuelve una imagen diferente. Unos recuerdan a la niña que debía ser. Unas veces con coletas, otras con trenzas trenzadas con infinita paciencia. La niña que debía ser perfecta, y cumplía con todos sus deberes y quehaceres. La niña pulcra que iba a la escuela, puntual y temerosa de las monjas con túnica y con toca. Otros me recuerdan la pueril mujercita que veía cómo se insinuaban sus primeras curvas, y se sentía orgullosa. Como si desde ese momento supiera, que Dios le concedería el don de ser una mujer. Todavía a lo lejos, emerge alguien que se parece bastante a la que está frente a la luna de su alcoba. Con unas pocas menos de arrugas alrededor de las comisuras de los ojos y de la boca. El pelo con algo más de brillo, el pecho con menos gravedad que ahora. Si miro un poco más detenido, veo sombras alrededor mío. Sombras que apenas distingo y sin embargo me rodean.

Fijo la mirada en ese espejo en el que me miro cada noche antes de dar por acabado el día, y me pregunto si esas sombras que aún veo, son las mismas de entonces o son otras. Y antes de retirarme a soñar, trato de ponerles nombre, y parece que se multiplicaran, como si me encontrara atrapada en un laberinto de espejos de cualquier parque de atracciones sin poder encontrar la salida.

miércoles, 13 de enero de 2010

Al desnudo




Encendió las velas. Eligió su música favorita. Se vistió de seda negra. Le miró como si fueran dos desconocidos, como si la costumbre y la rutina, el tedio y los pijamas de franela, no existieran. Se soltó el pelo removiendo la melena al ritmo de la orquesta. Se fue bajando los tirantes de uno en uno, moviendo sus hombros y sus caderas. Bailó consigo misma y se rodeó con sus manos toda, olvidando a los niños que dormían plácidamente en la habitación contigua. Se desprendió al fin de su primera prenda y la lanzó al aire dejando que cayera entre el espacio que mediaba entre él y ella., Y él, tumbado en la cama, la miró como si se tratara del guante mítico tan ansiado por los hombres de aquella época, y puede que de ésta.

Sin dejar de balancear su cuerpo, con una inusual maestría, fue desabrochando los tirantes, descubriendo hasta el último lunar de su espalda. Y dejó que cayeran a sus pies, mientras sus manos cubrían su aureola rosada, y los ojos de su amante desafiaban su  desnudez. La miraba como el que espera ver los pechos de una mujer por primera vez. La recorrió penetrante como si se tratara de un cuerpo diferente al que dormía cada noche con él. Sus ojos clavados en los últimos movimientos de sus caderas contoneando su cintura, avivó su deseo de levantarse, y desprenderla él mismo con su boca, de la última prenda de seda negra que cubría la intimidad de su ser. Y cuando por fin la vio desnuda, la sintió toda suya. Más suya que nunca. Más que ninguna de todas sus fantasías. A ella la tenía. Y no había nada más importante, ni nadie, que pudiera evitar quererla. La recorrió con su lengua. Sabía a ella. A sus besos primeros, a licores, a fruta fresca. Sabía dulce entre sus piernas. La apretó contra su pecho, con toda la fuerza del que desea. Y ella sintió que así era. Que así había sido siempre.

domingo, 3 de enero de 2010

Cal y arena

Se me atragantan las palabras y los versos, y la luna y el sol, y las olas y la arena. Y todo lo que me gusta se me atraganta. Y visto así, nada de cuanto parece susceptible de ser poesía, se hace belleza. Sólo una gran bola de fuego en la garganta que quisiera explotar en versos, y sólo consigue que el sol se haga luna y que la luna no riele en las olas, ni juegue, ni se escape, ni toque la arena. La princesa se queda muerta en su lecho con la manzana retenida entre su laringe y su epiglotis, y el príncipe se convierte en sapo, mientras las hadas duermen la siesta.