Queridos compañeros de emociones. Sólo me separan del mar unas horas y unos cuantos km de carretera, y no quería marcharme sin desearos a todos los de este lado, un feliz verano, y a los del otro, un feliz invierno. No me voy del todo. Aquí se queda esperando mi regreso la segunda parte del verano. Ya me gustaría ya, tener casa frente a mi mar Mediterráneo.
Y no quería irme sin colgar un poema un poco más refrescante. Un poco ¿eh? que ya me van conociendo.
He leído en un tratado de ciencia
que enamorarse ha dejado de ser
propiedad privada del corazón,
y que su título lo enarbola ahora,
esa corteza –cerebral-
sin ninguna magia
ni ningún encanto especial.
He leído que el amor no es ciego
y que el único responsable
de su enajenación mental,
son una neuronas imposible de nombrar
en un poema. Porque nada tiene de romántico
decir oxitocina o área tegmental vetral.
Sea como sea, son unas neuronas
que se vuelven locas, locas, locas
y dejan de percibir la obviedad.
La lluvia ya no nos moja.
Podemos caminar durante horas
dejándonos empapar por un agua
que nos hipnotiza con sus gotas.
Tampoco nos rinde el sueño
ni nos quema el sol, ni sentimos hambre,
ni dolor. El tiempo no se mide en horas,
y en la cara se nos dibuja una sonrisa
permanente, blanda, casi ingenua.
Pero no se dejen engañar por esa falta
de tic-tac, porque cuando menos te lo esperas,
el reloj se pone de nuevo en marcha.