A veces la soledad es tan grande
que no cabe en la palma de la mano,
y se escapa por la yema de los dedos,
por el borde de los ojos,
por la comisura de los labios.
A veces es tan grande
que escapa a otros cuerpos,
y lo inunda todo de caricias y de besos
que huyen del ombligo
y toma cuerpo de mujer.
Luego vuelve a caber toda
en un puño cerrado,
dentro de una lágrima,
o en una caja de zapatos,
—sin pies de Cenicienta—.