Gracias a todos por vuestra mirada.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Olvidar el tiempo

Hablo en pasado
Para ahuyentar el tiempo.
Para no tener que enfrentarme
Al reflejo interminable
De tu imagen.
Digo:
¡cuánto te quise!
Como si así
Ya no pudiera quererte.

Hablo en pasado
Como si el infinitivo
No pudiera jamás
Alcanzar a ese futuro
Que sé que no ha de llegar.
Como si pudiera
Conjurar el presente,
Y olvidar que te quise
Y volver el verbo inexistente.
Y olvidar, olvidar el tiempo
En el que te quise.

martes, 23 de septiembre de 2008

Saltarse las reglas


Si alguna vez hubieras decidido saltarte las reglas… ¿Quién sabe?
No vale saltárselas cuando yo te digo, llámame, roba esa rosa para mi, haz una herida en ese banco del parque para que cicatricen nuestros nombres sin dolor, muérdeme el cuello para que tenga que usar el pañuelo que me regalaste, regálame un perfume para poder añadir un nuevo aroma a mi cuerpo, escríbeme un anónimo que hasta a mi me cueste identificar y me haga soñar contigo, haz que suene nuestra canción en aquel bar de copas donde nos conocimos, sorpréndeme en la esquina por la que paso cada día para ir al trabajo, obsérvame desde la distancia cuando bailo en mitad de la pista sin rumbo, envíame flores silvestres sin tarjeta el día de mi cumpleaños. Ámame aquí y ahora.

Saltarse las reglas es llamarme cuando sabes que me pillarás en una reunión con clientes importantes y sólo me pasarán las llamadas de urgencias. ¿Nunca has tenido una urgencia? Una urgencia puede ser escuchar tu voz en medio de un concierto de piano y violines sonando en el Auditorio. ¡Ay lo que te has perdido! Te has perdido mi desconcierto, mi respiración agitadamente contenida disimulando entre papeles que vuelan por los aires, disculpas que no acaban nunca, mis piernas cruzándose y descruzándose, mis gestos fingidos de angustia para velar la mirada perdida que me produce tu voz al otro lado del teléfono profiriendo tus urgencias. ¡Ay si te hubieras saltado las reglas! ¿Quién sabe? Tal vez hubiera corrido a tu encuentro y me hubiera levantado de la reunión con clientes importantes alegando una urgencia que sólo teníamos tú y yo, o me hubiera levantado de la butaca del auditorio arrastrando mi chal y susurrando disculpas inaudibles para perderme contigo en el interior de un taxi que espera en la puerta, o en los mismísimos lavabos del teatro con la música de Mozart de fondo amortiguando nuestro deseo.
¿Lo has hecho alguna vez en un lavabo, en un ascensor, en un taxi, bajo un árbol, en un avión, en un probador, en la arena del mar, en un campo de luna llena…? Quizá si te hubiera dicho que incluso hasta para cada uno de esos lugares existen reglas, te hubieras atrevido con ello. Iba a decir tú te lo pierdes, pero en realidad nos lo perdemos los dos. Malditas reglas. No caben en ellas las sorpresas, ni los sueños, ni el romanticismo, ni la excitación, ni la esperanza. En ellas, sólo caben el miedo, la vergüenza, la culpa, el castigo y una vida entera llena de ansiedad. Una vida que va marchitando las flores poco a poco y haciendo que la luna llena no vuelva a estar llena nunca más.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Magia -una declaración de amor-



Magia es despertar cada mañana a tu lado y amar cada arruga de tu cara. Amar tu olor a sueño. Es querer recordar cada momento vivido. Recordar tus besos en las noches frías y en las mañanas cálidas. Los besos en la cocina, en el salón, en el parque, en la cama. Recordar también los besos que no nos dimos. Magia es esperarte cada día con la ilusión del primero. Esperarte temblando las rodillas, temblando de amor al verte. Magia es olvidar regalarnos un regalo de aniversario y seguir recordando las flores marchitas como si siguieran vivas. Es olvidar las veces que no nos dijimos te quiero y recordar tu voz nombrándome. Magia es conocer tus secretos más íntimos y custodiarlos. Saber que tienes sueños inalcanzables y sueños tras los que correr y correr contigo. Magia es amarte sin condiciones ni contratos. Es descubrirnos cada día como si fuéramos viejos conocidos que se encuentran y se cuentan. Magia es contar contigo para vivir lo que esté por venir y saber que lo viviré contigo. Es confiar y saber que estaremos juntos en lo bueno y en lo malo como nos prometimos. Magia es tener fe cuando el otro nos dice que nos ama y no dudar ni calibrar ni pedir ni rendir cuentas. Magia es creer que la vida es tan inevitable como la muerte y vivirla. Es trascender en lo infinito lo finito. Saber que existimos más allá de nosotros mismos. Magia es cruzar nuestros destinos y no dejar que el destino nos separe. Magia es vivir contigo.

domingo, 21 de septiembre de 2008

A cada paso


Las horas ya no significan nada. Son nuestra diferencia y nunca nuestro encuentro. Las tres de la madrugada ya no es un poema con el que me nombras. Las horas pasan y ni siquiera pasan a la vez. Sólo en el silencio que inventamos para no tener que hablarnos, imagino que coinciden mis pasos y los tuyos por cualquier lugar del mundo. En cualquier calle estarás pisando mis recuerdos. A veces, un "quizá" me estremece, y miro el reloj. Las diez. Y cuando vuelvo a mirar me abandono al tiempo, me rindo ante él, y los recuerdos crujen como las hojas de otoño al pisarlas y me duelen los pies a cada paso.

martes, 9 de septiembre de 2008

Ácido dulce


Te meces en mi recuerdo. Mi saliva se llena de ácido dulce. Mi cuerpo se estremece al tocarlo con tu dedo invisible. Te meces en mi recuerdo y lo llenas todo de sombras y luces, de luna y de mar, de rincones inventados por los que hemos paseado. Te meces en mi recuerdo y te encuentro inmóvil y te doy vida por un instante que abarca el tiempo. Eres príncipe y sapo, mi libertador y mi dueño. Mi alegría y mi dolor. Eres el hombre que se desvanece ante mis ojos y al que sólo puedo ver en mi imaginación hambrienta de caricias, de alas, de sueños, de verdades mal contadas. Eres el hombre que me inventa cada día, y al que yo invento, que me toca con sus dedos, que me abraza y que me besa en el cuerpo y en la boca de otras mujeres de carne y hueso, mientras yo imagino que escuchas mi voz en cada una de ellas, que soy yo y no ellas por las que estás ahí tumbado en sus camas, haciéndote feliz. Soy yo la que sueña con tu cuerpo desnudo mientras te desnudas y sigiloso te deslizas en sus pieles, en sus pliegues, en sus sábanas. Saciada, la mañana me deja un sabor ácido dulce.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Gotas de rocío


Ha amanecido. Después de muchas lunas, el sol asoma en un horizonte lejano y teñido todavía de una bruma espesa y gris. Todavía hace frío. Es un frío parecido al del rocío. Unas gotas llenas de una noche tan eterna como la juventud. Unas gotas que auguran el fin y el comienzo, derritiéndose una a una. Un aire caliente desciende hasta mi guarida y acaricia mi piel con su brisa. El agua escarchada cede a su soplido y cada poro de mi piel se entrega a él rendida, agradecida. Mi cuerpo se estremece en la tibieza de un amanecer ya olvidado. La oscuridad se resiste, y el frío se clava como un puñal de acero. Y de repente, amanece. El negro se torna en una luz lechosa, temerosa, imprecisa. Los colores son tenues, casi imperceptibles a mi retina eclipsada. La noche y el día se echan un pulso sobre mi cuerpo aún dormido. Y la luz atraviesa por fin la manzana retenida en mi boca, y el aire entra en mis pulmones y me despierta de un sueño lleno de sombras que no atinan ya a esconderse, y se remueven inquietas, y lloran lágrimas de rocío hasta que despiertan. Por fin ha amanecido.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

A borbotones...


Al transcribir una sensación, las palabras parece que la convirtieran en eterna, pero a veces, también me siento joven...


 Hoy me siento vieja. Ayer también. Y no es sólo por esa piel que se empeña en irse descolgando sigilosamente. Ese vientre que se niega a endurecerse tras un último parto tardío e inesperado, ese pelo que va perdiendo el brillo, esas manchas que aparecen poco a poco en el dorso de mi mano. No. No es sólo mi cuerpo aquejado de un mal de huesos que duelen al acostarse y se rinden a su suerte. No. No es la tristeza del espejo que me mira con unos ojos tristes adornados con unas sutiles líneas que marcan los años, ni la redondez que van adquiriendo mis curvas antaño casi perfectas. No. Es por esta añoranza que me araña a cada momento y me pilla desprevenida cuando quiero sonreír, y en lugar de una sonrisa me sale una mueca. Es esa pena de alzar a mi hijo al aire y sentir cómo desfallecen mis fuerzas a medida que se alzan sus risas. La resignación que se apodera de mi rebeldía y le gana terreno peligrosamente. Los amigos, los grandes amigos a los que ya no deseo llamar porque se quedaron agazapados tras su propia vejez más prematura que la mía. Las pocas ganas que me van quedando de hacer amigos nuevos porque ya no creo en esa amistad por la que dabas la vida. Esa amistad a la que recurrías para llorar tus penas y compartir alegrías con una buena cena y un buen vino sin obviar nada, hablando a borbotones, llorando a borbotones, riendo a borbotones. Ahora las penas las lloro en silencio y con pocas lágrimas. Y las pocas alegrías las celebro alzando la copa y tragándome la vida yo sola frente a un plato de macarrones. Es la certeza de que ya no me quedan grandes pasiones por vivir, la desilusión de no engendrar nuevas ilusiones, pero sobre todo la desilusión de no haber cumplido con las que he tenido y la seguridad de que no podré hacerlo. Ya no queda tiempo. La rutina instalada en el eco de las mismas palabras que antes sonaban a música de bombo y platillo, y ahora suenan a retahíla de misa de once, de un domingo cualquiera. El dolor de no escuchar esas mismas palabras que antes te hacían vibrar de emoción y se te colaban en el corazón, y ahora se quedan nadando infinitamente en el recuerdo. La piel herida por las caricias que se quedan en el aire, el deseo hecho pedazos, Los besos de miel convertidos en agua, el color opaco de mis ojos llorando sin lágrimas. Los recuerdos clavados como puñales incapaces de atravesar la coraza hecha de años. La visión implacable de los jóvenes repitiendo la historia mientras creen que la inventan. El sueño desvelado sin el consuelo de un abrazo en la madrugada. Después de todo, quizá no sea la vejez el peor de mis males. Quizá lo peor sea esta espera interminable de resurgir de mis propias cenizas. De volver a creer que todo es posible. De no permitir a mi piel marchita sentir de nuevo el beso palpitante del deseo, el aliento excitado de otra boca derritiendo mi nombre. Quizá la vejez no me llegue hasta que lo acepte del todo. Quizá, después de todo, no haya tanta diferencia entre la vida y la muerte, el principio y el fin. Quizá la vejez sea esta ausencia de sentirse amada.