Gracias a todos por vuestra mirada.

sábado, 18 de julio de 2015

La flor y la raíz y/o viceversa

Por más que se estiran mis raíces hacia abajo
en busca de alimento
para sostener las ramas que me crecen,
no sé si lograrán saciar
tanta sed como las flores me demandan.
Ellas viven al aire libre,
siempre en busca del sol y de la vida,
como si la vida fuera eso que les pasa por delante
y pudieran alcanzarla
con tan sólo el aroma que desprenden.
Las hojas están ahí, justo encima
de la raíz que las alimenta.
Al aire, al antojo del viento,
a la intemperie.
Están sobre la raíz y bajo el cielo azul,
o bajo una lluvia de estrellas
o desastres.
Bajo el arco iris rozando el cielo
y desapareciendo ante sus ojos
llenos de asombro y de colores.
La raíz y las hojas, son ambas, hijas
de un mismo destino.
Me pregunto hasta cuándo la raíz,
hasta cuándo la flor.

lunes, 13 de julio de 2015

Llegado el caso

Hubiera podido ser cualquier cosa,
incluso hombre —llegado el caso—,
pero nací mujer, y eso ya restaba puntos
en mil novecientos sesenta y cinco.
Mi madre decía que me sobraba talento,
pero las madres siempre dicen lo mismo.
Decía que podría ser lo que quisiera,
estrella, mar, aire, primavera…
Incluso  decía que me saldrían alas
para poder volar como vuelan las mariposas.
Yo creía en sus palabras
lo mismo que creía en los cuentos de hadas y princesas,
hasta que descubrí que el mundo  no es rosa,
que hay azules niños y azules cielo,
y que casi nunca marchan juntos.
Pero eso lo descubrí más tarde,
cuando se rompió el cielo
y el hombre que lo habitaba
me soltó de sus manos y me estrellé contra el suelo.
Escuché entonces, el grito de la mujer estrella,
de la mujer aire, de la mujer mar,
de la mujer primavera, de la mujer mariposa.
Después de todo, mi madre tenía razón,
podía ser cualquier cosa,
incluso yo misma
— llegado el caso—.

domingo, 5 de julio de 2015

La consigna

                                                        
 “Y estoy seguro que habrá de amanecer”
                                                                                                       (Jaime Sabines)
Me dejé curar las heridas
y lamer la sangre que todavía me brotaba.
Es tan hermosa la caricia
envolviendo la piel olvidada
tan hermoso el beso
acallando los miedos
en el borde mismo de los labios,
tan hermoso no tener que pensar en el amor
ni en las deudas contraídas en su nombre
ni en palabras que tengan que explicar
lo inexplicable;
ser tan solo nosotros mismos
—los únicos posibles—,
y beber el elixir de las estrellas,
así, a moro,  y con el corazón en su sitio,
—hasta que amanezca—.