Gracias a todos por vuestra mirada.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Versiones

La ilusión

No quiero conocerte, ni verte, ni tocarte, ni abrazarte, ni besarte. No quiero que me hables con tu voz porque sonaría diferente a la voz que consuela mis desvelos. No quiero que veas mis ojos verdes, ni mis pechos blancos, ni acaricies mi melena revuelta, ni mi piel necesitada. No quiero convertirme de repente en una mujer cualquiera, porque desaparecerías para siempre. Y sin ti, desaparecería la ilusión de alcanzarte.

Síntomas

No quiero nada más. Sé que queríamos todo. Saberlo todo el uno del otro. Saber el lugar de nacimiento, el nombre de la madre, del padre, de los hermanos. Saber a qué edad perdimos la virginidad, con quién, cómo fue. Queríamos olernos, y tocarnos, y besarnos, y pasear por los parques cogidos de la mano. Y hacer el amor al caer la noche en una cabaña en lo alto de un monte. Y queríamos seguir viéndonos toda la vida y que la vida no se acabara nunca. Queríamos encontrarnos al doblar una esquina, y llamarnos para escuchar nuestras voces diciendo “te quiero” una vez más. Pero al doblar la esquina, me di cuenta que dentro de un tiempo ya no me sorprendería encontrarte, y que tal vez el móvil dejaría de sonar un día inesperadamente, y que cambiarías una noche de amor por una de trabajo, y que conocería a tu familia y perderían el encanto de tus sensaciones. Y que sólo quedarían besos y abrazos en una cama almidonada, y olvidaríamos pasear por el parque cogidos de la mano. Que tu olor se confundiría con el mío y me olería diferente. Y llegaría el día en que sería tu mujer para siempre, o tu amante ocasional, pero que ya no querrías conocer todo de mi, porque sin saberlo, creerías saberlo. Y entonces desaparecería para siempre aquello que fue y dejó de serlo. No quiero nada más. Sólo quiero que sea lo que fue antes de dejar de serlo.

domingo, 16 de noviembre de 2008

El último beso

Dejé mi despedida sobre la almohada, después de hacernos el amor como dos locos poseídos, como dos locos que saben que será la última vez. Después de haber esperado mucho, después de habernos amado mucho, después de darnos todos los besos y haber saboreado cada rincón oculto. Después de enredar el alma entre las piernas y entre los brazos, y acariciarla con nuestras manos y nuestras bocas. El deseo desbordado de los límites de la palabra.
Los dos estuvimos de acuerdo. Sólo una vez más. Escribí un simple adiós con un lápiz improvisado. Tan simple que me tembló el pulso. Tan simple que no pude escribir una palabra más. Como si todo ya estuviera escrito desde antes y para siempre. No me volví a mirarte. No me hubiera podido marchar si hubiera vuelto a ver tu pelo revuelto entre las sábanas mojadas, y hubiera vuelto a enredar mis dedos entre tus rizos. No hubiera podido cerrar la puerta dejando atrás tu mirada condenada al olvido desde el principio. No te di el último beso. Salí de puntillas tal y como entré en tu vida, pillándote desprevenido. Sin hacer ruido, sin levantar sospechas. Recogí mi ropa esparcida por la cama y por el suelo y me vestí a medias. Salí descalza y con la respiración contenida. Se escuchó un “clic”, y después silencio. Me crucé con otro huésped que intentaba abrir su cerradura, o tal vez cerrarla como estaba haciendo yo. Susurró un “buena noches” con los ojos caídos y la voz a medias. Casi tan inaudible como la mía. Todavía no había amanecido. Aún es de noche.

martes, 11 de noviembre de 2008

¡Qué cosas!

¡Qué cosas! Desde que te has ido vivo con una extraña. A penas habla, y su café es demasiado negro y demasiado amargo de buena mañana. Se cepilla el pelo sin ganas a la hora de dormir, se queda fija en el espejo durante un rato, y a medida que se mira, parece que se transformara. Luego se mete en la cama con un pijama viejo, y se abraza a la almohada. Algunas noches la oigo llorar hasta la madrugada. No lee, ni escucha música, ni baila. Vaga como un fantasma, husmeando todo el tiempo, como si respirara algo que le falta. Nunca invita a nadie. Hace cosas extrañas. Come a deshoras, no cocina, ni limpia la casa. Habla sola por los rincones y ha desconectado el móvil. Se viste con la misma ropa y dicen, los que la conocen, que tiene desviada la mirada. Se desploma en tu sillón y yo casi la miro con rabia. ¡Qué cosas! Nunca la había visto antes de tu marcha. Y ahora, es como una condena tenerla a todas horas pegada. Trato de ignorarla, pero siempre termina arrastrándome a esos lugares a los que juré no volver. No me gusta esta extraña. Repite cada día los mismos pasos como si fuera la única forma de darlos. Le estorba la luz y va tropezando con los pocos muebles que quedaron. No quiere escucharme. Creo que se regocija sufriendo. ¡Qué cosas tiene esta extraña! Sin embargo, a veces creo, que podremos ser amigas con el tiempo. Con el tiempo.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Cuando por fin...


  "La gente feliz no tiene historia"
               (Simone de Beauvoir)                                                                               

Cuando ya no te piense, ni te añore, ni te busque entre luces de tinieblas, ni te espere en el tiempo inexistente, sabré que te has ido para siempre.

Cuando sople las cenizas al viento junto con tu nombre rechinando entre los dientes, y el mar ya no me sepa a tu boca, ni las sábanas me duelan en la piel,  sabré que te has ido para siempre.

Cuando ya no me invente tu mirada ni la vea reflejada en la luna de mis noches. Cuando sólo escuche mi latido latiendo al compás de mi existencia, sabré que te has ido para siempre.

Cuando pueda volver a escuchar el sonido de las risas, y respirar el aire sin asfixiarme en tu aroma, y sentir mis manos al contacto cálido de otra mano amiga. 

Cuando mis ojos puedan mirar el mundo sin ver tu sombra arrastrándome de nuevo en una inútil búsqueda, sabré que te has ido para siempre.

Y por fin, dejaré de respirarte, de pensarte, de añorarte, de nombrarte. De amarte. Por fin te habrás ido para siempre.


domingo, 2 de noviembre de 2008

La guardiana de secretos

Siempre he sido una guardiana de secretos aunque nunca supe guardar los míos. Tal vez no tenía, o dejaban de serlo en el mismo momento que los decía. Y se los decía a todo aquél que quisiera conocerlos. Como si actuara bajo el influjo del BIEN o en caso contrario, como si me apresurara a la penitencia de contarlos para absolver cuanto antes mi pecado. Porque todo secreto tiene algo de pecado. O quizá sólo se trate del cobarde miedo a que nos descubran diferentes con ellos. Y yo, la guardiana orgullosa de las marcas lacradas a fuego, me convertí sin quererlo o sin saberlo, en parte de ellos.
Fui la amiga de la esposa infiel, del hombre que ya no lo es, del contable que contó mal, del padre que repudió a su hija, de la madre que pagaba lo que su hijo robaba, del doctor que equivocó su vocación, del escritor que a escondidas escribía…Y así poco a poco, secreto a secreto, aprendí a admirar secretamente la fortaleza de vivir con esa carga a las espaldas. Y yo, liviana, me dejaba cargar con ellos, sin saber que uno sólo, pesaba el doble cuando se convertía en propio.