A nadie le
sirve una mirada antigua
a la que se
le secó el mar dentro de los ojos
ni unas
manos ya cansadas
de tanto
labrar la tierra prometida
que nunca ha
de llegar.
Es mejor
quedarse en casa
cuando lo
único que puedes ofrecer
es un
corazón en carne viva
al que el
más mínimo roce le hace sangrar.
Cuando no te
queda nada que ofrecer
no está bien
ir con los amigos
y tenerles
que pedir una sonrisa prestada
para llegar a
fin de mes.
No es de
recibo recurrir a los abrazos familiares
y mentirles a la cara con un “estoy bien”
para no arruinar la fe en sus rezos y milagros.
Ya lo dicen
esos carteles de Facebook
que la gente
comparte con tanta alegría
como si
acabasen de descubrir
la semilla
de su tristeza
y no hubiera
más verdad sobre la tierra.
“Aléjate de
todo lo que huela a desgracia”
—leo con el
primer café de la mañana—.
Es mejor
quedarse en casa
cuando no
tienes nada que ofrecer.