Gracias a todos por vuestra mirada.

domingo, 25 de enero de 2009

Con el tiempo suficiente...

Porque es suficiente con que uno deje de amar para convertir el amor eterno en efímero, el amor en desamor, la ilusión en desilusión, y la vida en un infierno. Pero el tiempo lo cura todo. Incluso los desengaños, o eso dicen...

No fueron suficientes todas las ganas de amarnos. Ni todas las risas, ni todos los llantos. No fueron suficientes todos los poemas que escribimos en servilletas de papel, ni los corazones dibujados en la pared. No fueron suficientes las notas arrancadas a las teclas del piano acariciando todos los sentidos. No fueron suficientes nuestros suspiros mezclados con el sudor de nuestros cuerpos desnudos. No fueron suficientes entregarnos a las lunas crecientes y menguantes, ni la luna llena envolviendo y deslumbrando nuestros placeres más ocultos. No fue suficiente decirnos “te amo” en la mañana, en la tarde, y en la noche. No fue suficiente el tiempo que robamos a nuestro quehacer diario, ni llevarte en el pensamiento a cada minuto, ni escapar de las miradas, ni escondernos, ni exponernos, ni soñar con ser posible. No fue suficiente que el amor fuera inocente como todos los amores deben serlo. No fueron suficientes las renuncias ni los proyectos, ni los rezos y las velas a todos los santos que no están para estos menesteres. No fueron suficientes las promesa hechas de lino, ni los años que jugamos a ser felices. No fueron suficientes los hijos que no tuvimos ni tendremos. No fue suficiente llamarte a gritos, ni apelar a los recuerdos, ni suplicar a tu olvido. Sencillamente me olvidaste, como yo te olvidé, con el tiempo suficiente.

lunes, 19 de enero de 2009

Lágrimas y Llantos

No todos podemos llorar tan bien como Oliverio Girondo, pero cada cual, llora sus lágrimas.

Nunca creí poder llorar como lloran las rocas duras y húmedas. Llorar como lloran las nubes negras, desafiantes y amenazadoras. Llorar como los ríos que confunden sus aguas turbias con lágrimas limpias. Llorar como lloran los cristales en una tormenta. Como las olas que arrastran todos los llantos vertidos en los mares desde todas las orillas. Nunca creí poder llorar todas las lágrimas del mundo. Los llantos más amargos de las madres y los padres con sus hijos muertos en sus brazos. Las lágrimas del combate de vencedores y vencidos. Las que se lloran por los rincones y se llenan de polvo y vuelven a llorarse llenas de barro. Llorar y no poder hartarme. Llorar a sacudidas, llorar por los niños muertos de hambre, de frío, de sangre. Llorar con las uñas clavadas en la alambrada. Llorar hasta deshacer los muros. Llorar piedras y llorar balas hasta explotar en los ojos las lágrimas. Llorar por los míos y los otros. Por los muertos y los vivos. Llorar llantos de amores también. Lágrimas saladas que te tragas y vuelves a llorarlas. Llorar como llora el rocío, como lloran los Polos que las esconden en el hielo y se quedan para siempre congeladas de frío. Llorar a gritos, en silencio, a escondidas, a plena luz del día. Llorar sin lágrimas. Llorar hasta rendirme. Y volver a empezar a llorar. Llorar como un niño sin motivo. Llorar de rabia, de impotencia, de nostalgia. Llorar los recuerdos borrados por las huellas del olvido, y llorar el futuro. Llorar por los ojos, retorcer el pañuelo y llenar un pozo vacío. Llorar de dolor hasta empaparlo, hasta que deje de doler y seguir llorando todas las lágrimas que aún quedan por llorarse hasta el fin del mundo.

martes, 13 de enero de 2009

Las palabras.


Hoy me han abandonado las palabras. Estaban ya demasiado gastadas. Se estrellaban contra las paredes. Se juntaban sin ganas en un último intento por susurrarlas de nuevo. Pero se rindieron. O se rindió el aire necesario para pronunciarlas. Hace tiempo que no me atrevo a pronunciar ninguna. Tengo miedo que se hagan daño. Tampoco las escucho. Y mira tú, que las echo de menos a todas. Tanto que he empezado a buscarlas dentro de tus ojos, en los álbumes de fotos, en el teléfono quieto, en el sonido de los cubiertos chocando con los platos. Las busco en la música que suena de fondo, en los posos del café, en las sobremesas de comida. Las busco entre tu ropa colgada en el armario, en la almohada, en la mitad vacía de la cama. Las busco en una caricia impulsiva, en una sonrisa inesperada, en una mirada furtiva. Las espero como si pudieran surgir de tus manos, de tu espalda. Las ansío desde el amanecer oscuro hasta la noche vestida de gala.