Siempre me gustó contar cuentos...
Fui ahorrando bajo el colchón
todas las sonrisas que encontraba,
cuando al acabar el día,
aparecían por debajo del sofá,
asomadas a la ventana,
o esperando en un diván.
Guardé bajo la almohada también
los besos que no daba,
y les contaba cuentos de su destino
para que soñaran con angelitos negros:
“Galopaban a lomos de un caballo
en busca de quien quisiera cambiar
sus tesoros por los suyos.
Los había de todos los colores y sabores.
Azules como los océanos,
verdes como los tallos verdes,
naranjas que yo llamaba “amaneceres”.
Violetas como las violetas africanas
como las lilas perfumadas.
No diré “rojo pasión”, porque el rojo
está reservado al ganador."
Y así viajaban los besos desde la almohada,
a lomos de un caballo alado,
A lugares imposibles.
Y se sumaban a sus filas
las caricias rezagadas
en el quicio de la puerta
y el deseo que jugaba a ser niño
con los besos de colores,
-infatigables compañeros-.
Y parecían de pronto, todos juntos;
las caricias y los besos y el deseo,
un ramillete silvestre
como el del novio cuando acude
a la primera cita de su vida.
Y no diré “colorín colorado…”
porque este cuento no se ha acabado.