Gracias a todos por vuestra mirada.

domingo, 12 de julio de 2020

Después del amor

Ilustración de Verónica Claudio


…Y entonces una comienza sin querer a sentirse estúpida por no haber leído antes las señales o aún peor, haberlas ignorado. Se pregunta una y otra vez, en qué momento, qué palabra, qué mirada, qué caricia fue la inadecuada. Saber que vas a volver a morir de amor y no poder hacer nada. Saberte estupenda y todas esas cosas que te dicen cuando estás rota. Y creerlas, y aun así, seguirte faltando el aire cada vez que respiras. Y en cada suspiro una súplica, un lamento lanzado al mar como el que tira una piedra y ve sus ondas o lanza una botella sin mensaje porque no confía en que llegue a la orilla. Una promesa de jamás volver a ese lugar donde creíste ser feliz por un instante. Dejar atrás los horizontes que antes estaban delante de los ojos y ahora te quedan a la espalda. Quedarte muy quieta, observando cómo se mueve el aire, como las hojas se mecen al antojo del viento, como el cielo amanece aunque tú no lo veas y cómo completa su ciclo el día y llega la noche más solitaria que nunca, llamando a los cristales. Yo hago que duermo y cierro los ojos como ese niño que se asusta y los mantiene apretados para que desaparezca el monstruo. Hago que duermo y a veces hasta sueño que me levantaré temprano para que no amanezca sin mí. Que seré parte del mar otra vez, que la luna volverá a ser poema de alguna historia de amor, que mis dedos volverán a sentir la piel enamorada, la que con tan solo rozarte con un beso, una flor prestada del campo, una palabra a tiempo, es capaz de hacerte olvidar aquellos primeros días que duraron tantos años.

viernes, 3 de julio de 2020

Salir volando

"Hay que abrir de par en par todas las ventanas
y tirar todo a la calle,
pero sobre todo hay que tirar también la ventana,
y nosotros con ella.
Es la muerte o salir volando."
( Julio Cortázar)

Me rindo una vez más. Y eso que no me rindo fácilmente. Me empeño en la labor con uñas y dientes, con las alas rotas y los huesos quebrados, como dice un poema de mi puño y letra. No me rindo fácilmente, pero cuando rendirse es la mejor opción para alcanzar la victoria, me rindo sumisa ante mí misma, ante mis limitaciones que tantas penas me ha costado asumir. Me rindo con una sonrisa en el rostro, no sé si de burla o aprobación. La cuestión es que una vez que te rindes, el alma vuela, le crecen alas, y sale volando por cualquier rendija por donde entre un poco de luz. Y no queda otra que decir adiós a todo lo que estorba de camino al cielo, a todo eso que un día creí posible, como una adolescente que cree que estar enamorada es necesariamente cosa de dos. Que no puede darse de otra manera. Que el amor es ciego, lo aprendí más tarde. Arrancar el corazón de cuajo y esperar a que crezca otro. Uno rojo, capaz de llenarse de sangre y volver a ver crecer los girasoles en el campo, ver trepar la hiedra hasta tu balcón, hasta enredarse en tu pelo, y en ese corazón recién estrenado. Rendirse, para poder empezar de nuevo, para quedarte tan solo con lo bueno, con lo esencial, con lo que un día te hizo vibrar, justo antes de pararse el corazón primero, primario, primigenio, primogénito. Rendirse a las amapolas muertas, a las margaritas que siempre dicen “no”, al azar que equivocó el día y la hora, a las olas que morían en la orilla del mar. Y volar como el pájaro que apenas si se atreve a salir de su jaula, y comprende al borde del abismo que solo le queda abrir las alas, cerrar los ojos y volar.