Gracias a todos por vuestra mirada.

martes, 28 de abril de 2020

La última gota


Si en algo no ha cambiado mi rutina
es en levantarme temprano
y vestirme como si fuera a recibir la primavera
en la puerta de mi casa.

Doy color a mis ojos y a mi boca
como si fuera a observar  hoy
el paisaje más bonito del cielo,
como si fuera a dar mi primer beso
a un desconocido.

Abro todas las ventanas
y me preparo un café bien amargo
—como a mí me gusta—.

Veo cómo avanza la tarde,
cómo cambian las nubes de color,
cómo alguna lágrima ha conseguido 
que se me corra el rímel.

Me retoco para que mi corazón
no note que las puertas están cerradas,
que sonarán las ocho en los balcones
solapando el sonido de las campanas 
que doblan a muerto.

Aún así, no me pongo el pijama
hasta pasadas las doce,
la hora mágica donde se dan cita todos los recuerdos
como en esos tanatorios donde los amigos
se cuentan sus últimas batallas,
mientras el muerto sigue muerto
y la familia llora en silencio y agradece.

He aprendido a llorar en silencio,
queda feo llorar en alto
y que te oigan los vecinos.
Pongo algo en la tele que pueda entretenerme
mientras todos hablan de lo mismo,
algo que se lleve de mis sueños
el rastro de todos sus escombros,
el último pensamiento del día,
la última gota del vaso que rebosa.


domingo, 12 de abril de 2020

Liquidación de cuentas


Ante tanta desolación, cualquier otro dolor parece un insulto, y sin embargo, la vida sigue clavando aguijones aquí y allá como para que no olvidemos que ella sigue ahí. Doy gracias a la poesía que tanto me ayuda a la hora de exorcizar mis demonios.


“…Y aunque en la piel nos queden cicatrices
desde el viejo pasado hasta el presente
puede ser que logremos ser felices
(Mario Benedetti)

A la hora de echar cuentas
el amor está de sobra en este menester.
Solo suman los errores;
los años malgastados
a la luz de una vela que no arde,
los besos malogrados,
los abrazos de madera,
los recuerdos abortados
que nunca se atrevieron a nacer.
Los números no entienden de promesas
y mucho menos de fe.
Los números se cuadran
frente al pelotón de fusilamiento
sin dejar una sola palabra en pie.
No entienden de vigilias,
ni de sonrisas con lágrimas,
ni de dolores ocultos detrás de un telón.
Saldadas las cuentas,
no queda ni un trozo de cielo
que guardar en la memoria,
ni una caracola donde escuchar
el murmullo de las olas,
ni una miga de pan
que nos señale el camino de vuelta.
Saldadas las cuentas,
apago el último cigarrillo del día,
y me voy a dormir con las ventanas abiertas
 y con el sueño de poder ser—todavía—
un poco feliz.