Hubiera podido ser cualquier cosa,
incluso hombre —llegado el caso—,
pero nací mujer, y eso ya restaba puntos
en mil
novecientos sesenta y cinco.
Mi madre decía que me sobraba talento,
pero las
madres siempre dicen lo mismo.
Decía que podría ser lo que quisiera,
estrella, mar, aire, primavera…
Incluso decía
que me saldrían alas
para poder volar como vuelan las mariposas.
Yo creía en sus palabras
lo mismo que creía en los cuentos de hadas y
princesas,
hasta que descubrí que el mundo no es rosa,
que hay azules niños y azules cielo,
y que casi nunca marchan juntos.
Pero eso lo descubrí más tarde,
cuando se rompió el cielo
y el hombre que lo habitaba
me soltó de sus manos y me estrellé contra el suelo.
Escuché entonces, el grito de la mujer estrella,
de la mujer aire, de la mujer mar,
de la mujer primavera, de la mujer mariposa.
Después de todo, mi madre tenía razón,
podía ser cualquier cosa,
incluso yo misma
— llegado el caso—.
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