Rendirse fue la única opción posible
después de haberse rendido muchas veces.
Ya no podían estirarse más los abrazos,
ni besarse los besos
que nacían muertos.
Los dos ondearon bandera blanca
extenuados por la deriva de los años.
Ya sólo quedaba firmar el armisticio
y deponer los reproches.
A fin de cuentas,
compartían el cesto de la ropa sucia,
los números en rojo
y las escaleras que
conducían a las habitaciones
donde cada uno podía soñar a su antojo.
Mientras, la niña abrazaba a su oso
y rezaba al dios que
rezan los niños.
2 comentarios:
Me has hecho llorar... es precioso.
Un abrazo inmenso, querida Carmen
La deriva de los años, la crónica bélica de un desamor de escaleras compartidas y besos muertos. La poesía que es voz interior parece así de fácil, así de compleja.
Abrazos, siempre
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